Al caminar entre el oceano de rostros entumidos, acaso por el frío, me siento atrapado en las fauces del sistema, aplastado por las botas de los pies que me rodean, impregnado de etiquetas, perfumes, lustrosas marcas de oro y plata, hierro, puños, fieros colmillos, ojos penetrantes, garras, púas, espinas y clavos; todo brotando de los dientes huecos de la serpiente, que lentamente nos engulle y envuelve, destrozando sueños y deseos, corrosionando los bordes y tallando la singularidad de una piedra. Piedra vomitada por el volcán interno, volcán al que se lanzan los niños, doncellas y hombres malditos.
Malditos por el sentir, malditos por el soñar y malditos al encontrar el ser, en el torbellino de frío aliento de las fauces que engullen. Pongo barreras en mis oidos y vista, último recurso frente a las sierras, para que dejen de desgarrar los harapos que quedan en el interior, mientras se sueña el alejamiento hacia el cosmos, despegando de esta sucia y fría tierra, negandome a ser una tuerca más en el traste viejo, consumidor de almas, que salpica negro aceite.lunes, 30 de abril de 2007
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